
Cada 25 de mayo -día de la revolución-, 9 de julio -día de la independencia- y también los 1° de mayo -día del trabajador- es muy común que en las reuniones familiares y celebraciones de los argentinos se cocine y se comparta un buen locro.
Este antiguo y tradicional plato tiene sus orígenes en los pueblos originarios que habitaban el continente americano. En sus comienzos se elaboraba con muy pocos ingredientes: zapallo, maíz y papa. Pero con la llegadas de los españoles, fue transformándose hasta convertirse en uno de los guisos más sabrosos y completos que se conozcan.
Hay tantos locros argentinos como provincias tiene ese país. Con la llegada de los europeos, hace más de 300 años, se le fue sumando a este plato carne de cerdo, chorizo, mondongo y otros ingredientes que lo hicieron mucho más sustancioso de lo que era. Se lo suele servir en cazuelas o cuencos de barro, donde se le agrega un adobo picante o “chimichurri”, según lo prefiera cada comensal.
Una característica particular del locro argentino es que suele posee una consistencia densa comparado a otros guisos, aunque la cantidad de líquido que posea puede variar según lo determine cada cocinero. También se destaca que a pesar de la importante cantidad de grasa que suele contener, mantiene un equilibrio de sabores que realza el poder de cada uno de sus ingredientes.
En otros países de América también se conocen diversas versiones de locro, como en Bolivia, Colombia, Ecuador o Perú, donde también penetró con fuerza, pero no tanto como en las cocinas argentinas.